La Argentina y el mar: Sinopsis de una conversación compleja pero necesaria

El mar Mediterráneo ha sido la cuna de algunas de las civilizaciones más importantes de Oriente y Occidente. Su cuenca de 2,5 millones de km², permitió el florecimiento de culturas que marcarían por siempre la historia universal. Paradójicamente, este mar, inmortalizado en innumerables mitos y leyendas, símbolo de prosperidad y abundancia, se encuentra, actualmente, diezmado.

Un informe de 2023 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) detalla que alrededor del 58% de las poblaciones de peces se encuentran sobreexplotadas en el Mediterráneo, y que las poblaciones totales han disminuido más de un tercio en el último medio siglo. La causa de esta crisis ecológica se debe principalmente al aumento de la capacidad de las flotas de la industria pesquera, a la pesca ilegal y a las capturas de especies no deseadas, o pesca incidental.

Estos hechos nos empujan a pensar en la Argentina y a reflexionar sobre su relación con el mar. Si los países y pueblos mediterráneos, de tradición marítima y una idiosincrasia fuertemente ligada al agua, permitieron semejante debacle ecológico, ¿qué nos queda a los argentinos que, como solemos decir, vivimos de espaldas al mar?

En las últimas elecciones de 2023, ningún espacio político tuvo una propuesta concreta ya sea para el cuidado de nuestros mares y sus ecosistemas, ni tampoco para el desarrollo de la pesca como sector económico relevante, dos caras de la misma moneda.

Esto es problemático, ya que pasamos por alto la oportunidad de aprovechar mejor y proteger un recurso que, dicho sea de paso, nos pertenece a todos.

Argentina cuenta con más de 4000 km de costa, desde el Río de la Plata hasta Tierra del Fuego

La industria pesquera en Argentina

Empecemos por lo obvio: en Argentina, no comemos pescado. Según la FAO, el consumo per cápita anual en el país es de aproximadamente 5 kg, mientras que el promedio mundial ronda los 20 kg. Esto resulta paradójico para un país con más de 4000 km de costa y una de las plataformas marítimas más ricas del mundo. La Zona Económica Exclusiva (ZEE) argentina se extiende a lo largo de 1,6 millones de km² en el Atlántico Sur, albergando más de 1000 especies ictícolas.

No solo consumimos poco pescado, sino que además exportamos el 90% de nuestras capturas. En 2024, la industria pesquera generó exportaciones por 1.981 millones de dólares, convirtiéndose en el octavo complejo exportador del país, según el INDEC.

El 99% de este volumen corresponde a la captura marítima, destacándose la captura de especies como la merluza hubbsi, el langostino y el calamar Illex. Los principales destinos de las exportaciones son España, China, Estados Unidos, Italia y Japón.

El langostino, uno de los principales recursos de la industria pesquera argentina

Llamativamente, a pesar de su importancia para la generación de divisas y para las economías de las provincias costeras, la pesca no suele ocupar un lugar destacado en la agenda gubernamental.

Raúl Matías Cereseto, presidente de la Fundación Latinoamericana de Sostenibilidad Pesquera (FULASP), advierte: “Desde la dirigencia política nunca se ha puesto en valor a la pesca como una actividad productiva. Es muy difícil tender puentes de diálogo donde podamos trabajar conjuntamente en una agenda de desarrollo de la industria”.

Cereseto lamenta el enorme potencial pesquero desaprovechado de Argentina, y explica que su desarrollo no tiene que pasar necesariamente por mayores capturas, sino por la diversificación de la matriz productiva que actualmente concentra el 80% de los esfuerzos en la merluza, el langostino y el calamar.

Asimismo, añade que se pueden tomar medidas para fomentar el consumo interno, como ha hecho España, quitándole el IVA a la venta minorista de productos pesqueros para que le lleguen un 20% más barato al consumidor.

“Incorporar la proteína de mar en los comedores de los colegios sería otra forma de promoción. La pesca artesanal tiene un rol muy importante en esta dinámica porque es justamente la que se dedica a pescar todas esas especies que no forman parte de ese 80%. Ellos son grandes dinamizadores de la economía regional”, cuenta.

Por otro lado, reconoce que rige una falta total de conciencia ambiental en la actividad y comenta: “el mar es un patrimonio de todos y no de una industria determinada”.

Impacto ambiental y sostenibilidad de los recursos

Los océanos cubren más del 70% de la superficie del planeta y desempeñan un rol clave en el equilibrio ecológico global. Entre otras funciones, producen oxígeno, secuestran carbono y regulan el clima. Sin embargo, la pesca indiscriminada y la degradación de los ecosistemas marinos amenazan su viabilidad a largo plazo.

En esta línea, el último Informe sobre el Estado Mundial de la Pesca y la Acuicultura de la FAO, registró que en 2021 el 37,7% de las poblaciones de peces estaban siendo explotadas a niveles biológicamente insostenibles. Oceana, la organización de conservación marina más grande del mundo, estima que si no se implementan cambios significativos, para 2100 más de la mitad de las especies marinas estarán amenazadas de extinción.

Patricio, marino pescador retirado cuenta que Argentina no escapa a esta dinámica: “Comencé a pescar de marinero de muy joven, en el año 1972. Pescábamos enormes cantidades de merluza hubssi y otras especies pelágicas o de fondo. Bancos de peces enormes, interminables; y lo hacíamos a la vista de Punta del Este. A lo largo de los años los cardúmenes fueron devastados de Norte a Sur. Hoy un barco sale de Mar del Plata y tiene que navegar 3 o 4 días para encontrarlos, cada vez más al sur”.

La práctica más cuestionada y polémica de la industria debido a su alto grado de destrucción es la que se conoce como pesca de arrastre. Los buques pesqueros que usan esta técnica disponen de una red que desciende y se arrastra por el fondo marino. Si se observan por debajo de la superficie, las redes de arrastre parecen un embudo gigante que, al desplazarse, se llevan por delante todo lo que encuentran a su paso.

Este arte de pesca se utiliza ampliamente en Argentina, capturando especies como la merluza y el langostino. El impacto es sumamente dañino ya que modifica la fisonomía del fondo marino, afectando a un sinfín de especies y a lo que se conoce como la cadena trófica (cadena alimenticia). Pueden pasar desde decenas a cientos de años para que una zona se recupere, según la complejidad del lecho.

Arte de pesca conocida como pesca de arrastre © American Oceans

La industria argentina respalda la práctica sosteniendo que su impacto ambiental puede ser relativamente bajo en comparación con otras formas de producción de alimentos. Se apoya en un estudio realizado por el científico Ray Hilborn, el cual señala que, aunque la pesca de arrastre afecta los hábitats bentónicos (región ecológica en el nivel más bajo de un cuerpo de agua), la magnitud de este impacto depende de factores como la frecuencia del arrastre, el tipo de sedimento y las tasas de recuperación de las especies afectadas, concluyendo que las pesquerías de arrastre pueden ser sostenibles, si se gestionan correctamente.

Al ser un arte de pesca no selectiva, otros estudios científicos apuntan no solo al impacto que sufre el fondo marino, sino también al daño sobre las poblaciones de especies no deseadas, que son capturadas de forma indiscriminada por las redes. Esto se conoce como pesca incidental, o “by-catch”.

En una entrevista para La Argentina y el Mar, un Podcast de la Fundación Rewilding, Diana Friedrich, coordinadora del proyecto Patagonia Azul en Chubut, explicó que las redes de pesca pueden atrapar todo tipo de fauna marina, que al subir al barco queda comprimida, asfixiándose antes de ser descartada de nuevo al mar.

Esto último, conocido como “descarte”, está prohibido por el Régimen Federal de Pesca. Como autoridad de aplicación, indica que hasta un 5% es un descarte aceptable de otras especies. Sin embargo, desde dentro de la industria, reconocen que se puede llegar a tirar el doble para liberar espacios en los buques.

Pesca incidental o “by-catch”. © Rudolf Svenson / WWF

“A veces se junta una pequeña porción de incidentales para mostrar a las autoridades en la descarga, pero esto no es representativo de lo que sucede. Se podrían instalar cámaras en los barcos, pero hay muchísimos intereses, nadie quiere hablar de eso”, cuenta Patricio.

Si bien a nivel nacional se han tomado medidas para reducir la sobreexplotación de algunas especies y mejorar el control de la actividad en la Zona Económica Exclusiva con el fin de hacer un uso racional de los recursos, la problemática de la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (INDNR) en el límite de la milla 200, pone en jaque estos esfuerzos.

Milla 200, pesca INDNR y soberanía

Una de las áreas más afectadas y amenazadas por esta práctica es la que se conoce como el Agujero Azul, ubicada a 500 km al este del golfo San Jorge, más allá de las 200 millas náuticas en la plataforma continental argentina extendida, e incorporada por ley como parte de nuestros espacios marinos en 2019, en donde operan cientos de buques extranjeros que capturan toneladas de recursos sin regulación efectiva.

La presencia de flotas extranjeras, en particular de China, Corea del Sur, Taiwan y España, genera pérdidas económicas millonarias y una presión significativa sobre los ecosistemas marinos, a pesar de los esfuerzos de la Prefectura Naval y la Armada Argentina para controlar esta actividad.

Según datos de la Armada Argentina, entre 300 y 400 buques ingresan con frecuencia a la ZEE para pescar ilegalmente, apagando sus satélites temporariamente para luego volver a altamar y seguir pescando “en regla”.

Más allá de la milla 200, es decir, por fuera de nuestra ZEE, el control es nulo, y los países de pabellón, encargados de hacer cumplir las normas, prácticamente no lo hacen. La depredación no regulada en esta área de alta productividad biológica afecta de forma directa la flora y fauna de nuestro mar y pone en riesgo su sostenibilidad.

En lo que respecta la protección del Agujero Azul, la Cámara de Senadores de La Nación tiene en sus manos la responsabilidad de aprobar el proyecto de ley para la creación del Área Marina Protegida Bentónica Agujero Azul. La propuesta, que goza de media sanción, busca proteger aproximadamente 148.000 km² de plataforma continental extendida, estableciendo restricciones a la pesca de arrastre y otras actividades extractivas que impactan gravemente los ecosistemas bentónicos.

Además de su valor ecológico, esta área tiene un significado especial, ya que en sus aguas reposan los restos del submarino ARA San Juan y su tripulación. De aprobarse, esta Área Marina Protegida representaría un avance en la conservación marina del Atlántico Sur y podría sentar un precedente para el establecimiento de mayores controles sobre la actividad pesquera en alta mar.

La importancia de las Áreas Marinas Protegidas

La creación de más Áreas Marinas Protegidas (AMP) en el Mar Argentino es un paso clave para revertir el daño ambiental y asegurar la sostenibilidad de los recursos pesqueros. A pesar de contar con tres AMP en el Atlántico Sur, estas cubren menos del 8% de la superficie marítima, muy por debajo del 30% recomendado por expertos en conservación y respaldado por el Convenio sobre la Diversidad Biológica, un tratado internacional jurídicamente vinculante. La expansión de estas zonas permitiría no solo la conservación de especies vulnerables y hábitats críticos, sino también una mejor gestión de la actividad pesquera, evitando la sobreexplotación.

Sin embargo, las AMP por sí solas no son suficientes. Se necesitan políticas más firmes de control y fiscalización para enfrentar la pesca ilegal, fomentar el desarrollo sostenible de la industria y generar mayor conciencia en la sociedad sobre la importancia de nuestro mar. Argentina tiene en sus aguas una fuente inagotable de oportunidades económicas y ecológicas, pero si seguimos ignorando su valor estratégico y ambiental, el país corre el riesgo de repetir los mismos errores que hoy lamentan otras regiones del mundo. En palabras de Jacques Cousteau, para proteger algo hay que amarlo; y para amarlo hay que conocerlo.

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